Historia: 

 

¿Alguna vez creíste en cuentos de hadas? ¿En las magníficas historias de los dioses? ¿O tan siquiera en las protectoras ninfas? Adara sí.

Algunos niños crecen rodeados de cuentos de princesas, donde preciosos y fuertes príncipes corren a rescatar a la doncella en apuros. En cambio, la pequeña griega creía en esos puros seres que correataban por los bosques, o merodeaban por el agua.
No es novedad hablar de los traumas que los niños adoptados enfrentan, más cuando dicho proceso se debe vivir entrada la infancia. La pequeña de rubios cabellos fue acogida por una amorosa familia compuesta por dos madres a la edad de siete años, sufriendo un sinfín de problemas.
Sin ser capaz de relacionarse con ninguna de las dos mujeres, Adara enfrentó centenares de tratamientos, aunque ninguno parecía hacerla mejorar. Ni los mejores psicoanalistas conseguían que la pequeña dijese alguna palabra que no fuera sus continuos monosílabos.
Una tarde, cuando Athena repasaba sus libros sobre mitología, se encontró con unos ojos curiosos que la observaban desde detrás de una polvorienta librería. Fue así, que entre juegos, y lecturas esporádicas, consiguió obtener la atención de su hija, quien cada día acudía al salón para escucharla relatar preciosas historias sobre los grandes dioses, y si tenía suerte, podría enterarse un poco más de aquellas que tanto le gustaban, las musas.
Los libros consiguieron unir a ambas féminas como nadie podría haberlo imaginado, y con permiso de Adara, poco a poco Anastasia también pudo verse involucrada en esas tardes de lectura, convirtiéndose en los mejores momentos familiares que la rubia pudiese recordar.